Cuando Esther y yo nos casamos, en el momento final de acción de gracias de la celebración, proclamamos ante todos los asistentes que queríamos que nuestra casa fuera hogar para todo el que lo necesitara; lugar de encuentro, lugar de reposo, lugar de celebración. Así empezaba nuestro proyecto de vida en común: con la idea de que nuestra familia, no sólo debería construirse hacia adentro sino también hacia afuera. Nuestra familia no tenía que ser solo «para nosotros», por decirlo de alguna manera, sino que debía ser «para otros», luz, candelero, esperanza. 

Este próximo 19 de octubre es nuestro 10º aniversario y, tal vez, sea una ocasión idónea para mirar atrás, mirar a nuestro alreedor hoy, y comprobar si aquella idea se ha hecho realidad. Yo, personalmente, creo que sí.

Lo primero a destacar es que pensamos que vivimos en el barrio donde Dios quiere que vivamos: Carabanchel Alto, en Madrid. Es el barrio de Esther de toda la vida. Un barrio humilde, digno, de gente obrera y, actualmente, con muchos inmigrantes. No es el barrio más bonito de Madrid. Casi no tiene comercio y, si me apuráis, va justo de vidilla sana. Pero es nuestro barrio. Decidimos, en su momento, que había buenos colegios alrededor, estábamos cerca del resto de familia y encontramos un piso asumible de precio. Me costaría irme ahora. Soy capaz de reconocer limitaciones, peligros, dificultades… A veces me encantaría tener una parcela donde jugar, donde plantar flores, donde los niños pudieran jugar con sus vecinos… A veces me gustaría tener una casa más grande, con dos plantas, un dormitorio más… Y al final llego a la conclusión de que todo ésto nos configura de una manera determinada. Y a nuestros tres hijos también. Están cerca de personas distintas, muchas de ellas con más necesidad que nosotros. Van al cole con niños de muchísimas nacionalidades y estatus económico. Comparten cuarto de juegos, cuarto de dormir y no cabemos en la cocina para comer. Han aprendido a pedir la barra de pan en chino y conocen al pescadero, al frutero y a la cajera del súper.

Otra de las cosas que me gustan, es que nuestra casa siempre tiene a alguien de más. Aquí vivió mi padre 6 meses durante un período formativo en su trabajo. Aquí vivió una compañera de trabajo cuando se trasladó a Madrid, antes de encontrar piso. Aquí vivió un chaval de catequesis de Coruña, en sus primeros meses de universidad. Aquí, los fines de semana, es raro que nadie venga a merendar, a jugar, a cenar. Aquí los curas se pasean como Pedro por su casa. Los escolapios ya ni os cuento. Aquí se ha reunido nuestra comunidad a rezar todos los lunes, en el salón, en el primer año de vida de cada niño. Aquí hemos celebrado la Eucaristía. Aquí hemos dormido con colchones en el suelo, con sacos en los sofás, varios en la cama de matrimonio… Aquí hemos visto pelis con gente de catequesis, he tenido acompañamientos, hemos hablado de Dios con tanta gente… Aquí hemos celebrado unas cuantas Navidades, Fin de Año y Reyes. Aquí los niños han celebrado con sus amigos los cumpleaños y nos hemos juntado más de 20, entre padres y niños. Y ahora estamos pensando en comprarnos unos jerbos y tenemos lavanda, albahaca, tomillo y menta en los balconcitos. Y un bonsai… E intentamos cuidarlos a todos, que la casa esté recogida y ordenada, los deberes hechos… Lo del orden no se consigue casi nunca. Lo de los deberes, siempre.

Los horarios son muy complicados. Está la natación de los dos mayores, el judo y el violín de Álvaro, el baile de Inés, la guardería de Juan, mi trabajo, reuniones y viajes, el trabajo de Esther… Están las reuniones del AMPA del cole y del Consejo Escolar, donde estamos; las reuniones del Consejo de la Fraternidad de Escolapios a la que pertenecemos, los sábados de formación, la catequesis de los domingos, la parroquia, la comunidad de los lunes, la niñera, mis estudios para terminar la carrera, los exámenes, charlas en escuelas de tiempo libre, colegios, etc. Estásn los difíciles veranos con sus eternas vacaciones y nuestras limitadas y merecidísimas vacaciones… Los blogs, los twitters, los facebooks, las iMisiones…

Mucha gente nos mira y nos trata como si fuéramos una familia todopoderosa y nada más lejos de la realidad. No suelen ver los cansancios, las discusiones, los nervios, la tensión a última hora del día, algún grito que otro… El desorden reinante dentro de un orden controlado :-)… Hay desesperación muchos días, tilas y jarabes homeopáticos para calmar la ansiedad. Hay días que lo dejarías todo, que cerrarías la puerta y te dedicarías sólo a los tuyos, como dice aquél. Y estoy convencido de que ya sería suficiente. Como dijo Chesterton, «lo más extraordinario en el mundo es un hombre ordinario y una mujer ordinaria y sus hijos ordinarios». Nosotros somos de esos. Y tal vez por eso somos extraordinarios.

Sabemos que nuestra fuerza viene de arriba. Sabemos que antes que un proyecto nuestro, somos proyecto de Dios. En Él tenemos nuestra confianza y las decisiones intentamos tomarlas con Él en medio. No necesitamos mucho y somos felices. Bailamos juntos aún en tiempos oscuros. Multiplicamos nuestros tiempos porque se cumple la promesa del ciento por uno, porque decidimos dar un poquito y el Señor nos lo devuelve multiplicado. Y la risa que todo lo sana, que todo lo cura, que todo lo envuelve en papel de regalo.

No tenemos más ni menos tiempo que otras familias. No somos más ni menos comprometidos que nadie. Ni más ni menos listos. Ni más ni menos buenos. No hacemos ningún truco para que cada día se termine «como Dios manda». Truco no pero sí milagro. Creemos en el milagro de cada día de vivir juntos, de ser capaces de amarnos, de crecer juntos, de darnos a otros.

Desde luego la familia es un lugar privilegiado para presenciar milagros, de los de verdad. Lugar privilegiado de encuentro con Dios.

Un abrazo fraterno