«Las redes sociales son el paraíso del yo», oí decir una vez. Y es cierto que existe esa tentación. La World Wide Web ha propiciado que cualquier persona pueda hacer sonar su voz a lo largo y ancho del planeta sin más herramientas que una conexión a internet. Gracias a esa posibilidad, encontramos bloggers que se saltan las fronteras políticas de su país y cambian el rumbo de la historia o artistas noveles que ofrecen sus obras a una audiencia nunca imaginada. Todos somos emisores en esta nueva era en la que la comunicación ha dejado de ser vertical y se ha horizontalizado. Pero no podemos ser ingenuos. Esta democratización de la comunicación de masas se convierte también en una oportunidad para hacer crecer el ego, especialmente si hablamos de redes sociales.
En estas plataformas el mundo gira en torno a «mi estado», «mis seguidores», «mis menciones»… Lo que podría ser un lugar de encuentro puede convertirse en una alocada carrera por obtener el primer puesto (el recuento de seguidores ha llevado a más de uno a perder la cabeza y a planificar toda una serie de artimañas para conseguir arrastrar a las masas en pro de su mensaje). Esta filosofía, de «soy alguien en las redes», no deja de ser una tentación también para los católicos. Y teñidos de altruismo, podemos acabar diciendo, aunque sea de manera implícita, que nuestra presencia en las redes es AMGM (A Mayor Gloria Mía).
No es casualidad que en nuestra reflexión sobre la forma en que debemos estar en las redes haya ocupado un lugar preferente este punto de nuestro decálogo para iEvangelizar. Porque sí nuestros tuits no llevan al otro a sentirse más persona, a encontrarse con Dios que le ama inmensamente, a reconocer la necesidad de sembrar justicia en el mundo… ¿qué nos diferencia?
A los primeros cristianos les reconocían por sus obras, y a nosotros deberían reconocernos por los frutos. Ha dicho el Papa en su mensaje para la jornada de las comunicaciones sociales: «Ante los demás, estamos llamados a dar a conocer el amor de Dios, hasta los más remotos confines de la tierra».
Termino con otra cita que he leído hoy y que me parece igualmente iluminadora:
«Para ser humilde se necesita grandeza». E. Sábato.