Publicado en Zenit.org.- Uno de los escenarios más recurrentes cuando se habla de Nueva Evangelización son las redes sociales en internet. Pero ¿cuál es el lenguaje y las reglas en este territorio, para muchos de nosotros inexplorado? Les ofrecemos dos premisas imprescindibles en la «maleta» del misionero en la red.
Hace poco, en un curso sobre evangelización en redes sociales, uno de los ponentes comenzó su intervención con un vídeo. Se trataba de un fragmento de la película La misión. En él, un jesuita se integra en la selva, oboe en ristre, y trata de entablar algo parecido a un diálogo con los nativos, que le reciben con no demasiada cordialidad. Terminada la escena, el conferenciante preguntó a todos los asistentes qué paralelismos encontrábamos entre la situación que acabábamos de ver y la de quien trata de evangelizar en internet.
Salieron a relucir instrumentos, lenguajes, idiomas, códigos. Insospechadas similitudes entre el oboe y el ordenador, entre el oboe y Facebook, entre el oboe y… El ponente nos miraba atónito. No entendía que pasásemos por encima de lo más evidente: que el religioso se encontraba en un lugar desconocido, y que había ido allí a evangelizar.
Y esto es porque, queramos o no, seguimos pensando en internet como un instrumento y no como un lugar. Internet, lejos de ser un simple medio de comunicación o un pasatiempo para informáticos y adolescentes con problemas de socialización, se ha convertido en un auténtico nuevo continente; y es un continente habitado y bullente de actividad, donde la mayoría de la población pasa buena parte de su vida.
Según la última encuesta de AIMC, en 1996 en España solo 392 personas habían usado internet en el último mes en el momento de la consulta. Según este mismo organismo, en 2012, 24.204 personas habían estado en internet en el último mes, y 19.029 de ellas lo habían visitado el día anterior. Un 85,5% de españoles visita internet más de una vez al día.
Ser y estar
Los internautas conocemos a otras personas en la red, compramos, nos divertimos, leemos, compartimos las cosas que nos gustan, jugamos, asistimos a clases, vemos películas, escuchamos música, nos informamos, hablamos con nuestros amigos o con desconocidos. La línea entre internet y la “vida real” es cada día más difusa, por la sencilla razón de que lo que se hace en internet es parte de esa vida real.
Existe en este nuevo continente una ley no escrita, pero escrupulosamente respetada. Se trata de la meritocracia. En internet no importa cómo te llames o qué puesto ocupes en otros sitios: tienes que ganarte el respeto de los demás por tus propias fuerzas. Y esto, que de entrada parece una estupenda idea, es uno de los mayores enemigos del misionero en internet. La columna vertebral de la misión es el despojarse de uno mismo para entregarse a Cristo en el prójimo. Sin embargo, en internet todo es visible y multitudinario.
Un pequeño acierto en el momento justo puede verse recompensado de modo desproporcionado. Un ejemplo: yo sigo en Spotify (una plataforma de música online) a un chico que tiene 68.288 seguidores, simplemente porque una mañana se levantó y decidió hacer una lista de música que resultó popular. Con este sistema de recompensa, se corre el riesgo de que la misión acabe por ser “mi” misión: mi proyecto, mi página web, mis seguidores; y que el esfuerzo evangelizador vaya degradando en un esfuerzo por conseguir otro “me gusta” u otro comentario halagador.
Por eso, en este continente más que en ningún otro, es necesario mantener vivos los versos del salmista: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”. Y así mantener esta presencia necesaria de un testimonio fiel a Cristo, estando “siempre prontos para contestar a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; siempre desde luego, con dulzura, respeto y buena conciencia”.
* Susana Hortigosa García es cofundadora de iMisión