El otro día fuimos de viaje un compañero y yo para visitar Volterra, una ciudad italiana puesta últimamente de moda. Deseábamos preparar un poco -a lo Juan el Bautista- el camino para toda la comunidad, esperando conseguir buenos sitios, alguna oferta para los cien seminaristas que somos, lugar para comer, etcétera.
En un momento dado nos paramos a poner gasolina al coche y estirar un poco las piernas. Compramos un refresco cada uno y, después de pagar, nos dispusimos a continuar nuestro viaje… algo que, desafortunadamente, no pudimos llevar a cabo. El coche, después de unos metros, se negó a arrancar. Lo intentamos todo, pero nada. Gracias a Dios, ni siquiera salimos de la zona de la gasolinera. Por fin, un alma caritativa se nos acercó y nos hizo una pregunta con una pícara sonrisa dibujada en el rostro: «¿Le echaron gasolina o diesel al coche». Mi compañero y yo nos miramos con cara de culpabilidad y de vergüenza. ¡Ese era el problema! Les ahorro la descripción penosa de tener que sacar toda la gasolina y volver a ponerle diesel. Sólo les diré que cuatro horas después -sí, ¡cuatro horas!- decidimos volver a Roma.
Esta anécdota me trajo pensativo durante varios días. ¿Qué es lo que hace que el coche se mueva? Muchas cosas, pero principalmente la gasolina. Curiosamente, el tanque estaba lleno cuando salimos, pero el líquido no era el apropiado para el motor. Y aunque estuviera rebosando, el coche simplemente no se movió. Se quedó quieto.
Y aquí es donde di un paso adelante y me pregunté: ¿qué es lo que a ti te mueve? ¿Qué te permite correr por la autopista de tu vida? ¿De qué llenas el motor de tu corazón para que le permita correr y evangelizar? La respuesta me la dio, entre diversos elementos, el cuarto punto del decálogo de iMisión:
4. NUESTRA FUERZA, LA GRACIA. «Sin mí no podéis hacer nada»(Jn 15, 5). Sólo unidos a Cristo, viviendo una verdadera vida cristiana en fidelidad y amor a la Iglesia, los iMisioneros podemos dar un fruto abundante y superar la tentación del desaliento y del activismo.
«Sin Mí no podéis hacer nada». Nada. Un evangelizador, si quiere serlo de verdad, tiene que estar unido a Dios, llenar su corazón de Él. Porque puede tener un motor impresionante (un blog fantástico, miles de seguidores en Twitter, una gran capacidad de comunicación, etcétera), pero si no tiene a Dios, se predicará a sí mismo y traicionará su misión. Será un coche de exhibición, no un coche para transportar gente por la carretera de la vida que lleva a Dios y a la felicidad.
Más aún,puedes hacer mil cosas, llenar tu tiempo y tu espacio con mil ocupaciones, tal y como el coche estaba lleno de gasolina; pero si no lo llenas de Dios, de sus cosas, de lo que Él ama, podrás hacer mucho, pero no evangelizarás. Por eso es bueno preguntarse: ¿de qué lleno mi corazón? ¿Qué imágenes rondan mi alma? ¿Qué ocupa principalmente mi vida? La respuesta a estas preguntas es la identidad de mi misión.
Toda obra de iEvangelización debe empezar con la oración, con el contacto asiduo y rico con Cristo Eucaristía, con María. Un evangelizador debe contemplar para luego contar. El Papa Benedicto XVI lo sintetizó muy bien cuando dijo a los jóvenes en la JMJ de Madrid del 2011: «De la amistad con Jesús nacerá el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia». Y ambiente adverso es, muchas veces, también internet.
Una aclaración: ser contemplativos no significa no relacionarnos con las demás personas. Darle a Dios un tiempo no nos lleva a quitárselo a los demás. Mi familia, mis amigos son parte esencial de esa contemplación, nos ayudan a tener los pies bien puestos en la tierra, a ver el mundo que nos rodea, a abrazar a Dios en mi prójimo. De toda buena oración siempre brota un alma abierta, pues Dios no es un ser cerrado en sí mismo, sino que Él mismo nos dio el ejemplo al enviarnos a su Hijo y al Espíritu Santo.
Así pues, ojalá que todos los iMisioneros logremos empaparnos de la Gracia de Dios. Que de la abundancia de nuestro corazón broten frutos que salten hasta la vida eterna. Si realmente queremos que nuestro mensaje -el de Cristo- rompa el universo de internet y llegue a los corazones de los hombres, tenemos que llenar nuestro motor de la gasolina espiritual que sólo Dios puede dar. Y sólo así podremos ser, realmente, auténticos evangelizadores, transmisores de un mensaje que, aunque lo anunciamos, nos trasciende y nos supera.