6. EN TODO, LA CARIDAD. La soberbia, la división y las críticas sin caridad entre cristianos, provocan un escandaloso espectáculo que engendra escepticismo y a veces hasta ateísmos. Construir Iglesia, pedir y trabajar la comunión, es una urgencia si queremos ser apóstoles de Cristo y no esclavos del Maligno que divide.
Hoy comienza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El grito de Jesús que clama por la unidad, precisamente en el momento en el que a Él le partían el corazón, resuena a lo largo de la historia, y nos alcanza. Debemos ser conscientes de que este deseo, más bien mandato, proviene del mismo Señor. No es un capricho, una preferencia de algunos; no se trata de una estrategia, ni lograremos su cumplimiento mediante el marketing o un medido consenso. Hay que ir más al fondo.
En el corazón humano hay un hondo deseo de paz, de orden que aquiete y serene. Lo reclamamos para cada uno, e intuimos que sólo puede darse si alrededor también sucede. Es difícil la calma si la tempestad lo gobierna todo. O sea, que pedimos la paz, y la pedimos para todos.
Si nuestra naturaleza nos lo pide, y el Creador nos exhorta a ello, será que hay que ponerse manos a la obra, sin tardar. Ahora bien, ¿por dónde empezamos? Por el principio: «El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior» (Unitatis Redintegratio 7) La unidad entre los cristianos y -más aún- entre el género humano sólo es posible si habita en nosotros la caridad de Dios, ese amor a prueba de bombas -nunca mejor dicho en los tiempos que corren-. Sólo si el Señor sana nuestra mirada egoísta y egocéntrica podremos vivir desde un «tú», y construir un «nosotros». La obra la hace Él, pero cuenta contigo.
Todo intento evangelizador -«…para que el mundo crea»- incluso el de la corrección y la denuncia -un arte consumado- debe nacer de la caridad, que siempre edifica. Se lo pedimos al Dios que es Amor, que nos enseñe, y que seamos testigos suyos, uno en Él, también en la Red.