El segundo punto del iDecálogo de iMisión dice:
INTERNET, UN “LUGAR”, NO UN MEDIO. La Red no es sólo un instrumento, es un lugar habitado. Se trata de Evangelizar en Internet, no tanto de ‘usar’ Internet para evangelizar.
En la actualidad (año 2012), la población estimada del planeta es de 7,017,846,922 de habitantes. Y de ellos, 2,405,518,376 somos internautas (a junio 2012), según los datos de Internet World Stats. El continente más habitado es Asia, con 3,922,066,987 habitantes. El segundo es África, con 1,073,380,925. Esto significa que el Continente Digital tiene más habitantes que el segundo más grande del planeta.
Para que nos hagamos una idea gráfica de esto:
¿Cuántas emociones, preocupaciones, valores e ideologías están moviéndose en este Continente Digital? No es casualidad que Juan Pablo II ya lo llamara así. Y que Benedicto XVI continúe en la misma línea que su predecesor. Internet es un «lugar», no un medio. Un «lugar» donde interactúan millones de personas. Y las redes sociales son la plaza pública de cada ciber-ciudad donde se comparten las noticias, los sentimientos y preocupaciones de sus lugareños.
Facebook se lleva la palma con más de 900 millones de usuarios, pero Twitter no se queda muy atrás con 555 millones… Por eso no se trata de «usar» internet, sino de ir a la red y evangelizar. Jesús lo dijo bien claro: «Id a todas las gentes y lugares…» Se trata de una responsabilidad. Hoy el lugar virtual no es menos importante que el real. Puesto que no existe tanta diferencia: Los mismos problemas, dificultades, valores y emociones de la vida real, quedan reflejados en la virtual. Porque somos uno; aunque intentemos mejorar nuestro perfil, al igual que lo hacemos con nuestra presencia cuando vamos a conocer a alguien que no interesa.
¿No queríamos ser misioneros? Ya no hace falta irnos muy lejos… 901 millones nos esperan en Facebook, 555 millones en Twitter y 170 millones en Google Plus. Estas son nuestras aldeas globales que esperan un mensaje de esperanza. En definitiva, el Evangelio. No se trata de imponer nada, se trata de hacernos hueco entre esos millones para proponerles y compartir lo más valioso de nuestra existencia: Cristo y su Reino. Él también nos espera ahí… “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»