El Sínodo para la Nueva Evangelización ha emanado, el día de hoy, su mensaje final. Rico en contenido, profundo y cercano a la vez, presenta una línea clara de acción y de meditación para la Nueva Evangelización que la Iglesia está queriendo marcar a todos los fieles.

De entre todo lo que el texto dice, algunas frases me han llamado particularmente la atención. Quisiera ahora, aprovechando este espacio en iMisión, compartirlas con todos ustedes, esperando que sea también de provecho para todos. De su profundización –y en diálogo con Dios– podemos sacar algunas pautas para nuestra meta de #iEvangelización en la red

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1. «No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con una vasija vacía, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia» (n. 1): una situación que, estoy seguro, muchos de nosotros encontramos en casa, en el trabajo, entre nuestros amigos o, incluso, en nuestro propio corazón. ¡Qué terreno más apasionante para plantar la semilla del Evangelio! Éste es nuestro punto de partida.

2. «Los cambios sociales y culturales nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso ala XIX Asambleadel CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II» (n. 2).

3. «La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo» (n. 3): no nos anunciamos a nosotros mismos, sino que anunciamos la Persona de Cristo. Sólo Él transforma, sólo Él salvará a las personas.

4. «Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida» (n. 3): los oasis son bálsamos, lugares de encuentro, de amor. Esto es a lo que nos invita la Iglesia y tenemos la obligación de, REALMENTE, ser el reflejo del amor de Dios a los demás, especialmente con los más cercanos y los más necesitados.

5. «No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto a poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo» (n. 4).

6. «Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos. La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza» (n. 5): el Evangelio no es nuestro y, por lo mismo, nuestra confianza debe radicar en el poder de la Gracia. Es Dios quien actúa; pidamos su ayuda.

7. «Sabemos que en el mundo debemos afrontar una dura lucha contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio» (n. 6): las dificultades, más que apocarnos, deben alentar nuestros resortes de evangelización. Estos tiempos difíciles que vivimos son tiempos maravillosos para evangelizar… ¡Apasionantes!

8. «No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa» (n. 7). Sin comentarios: familia, lugar privilegiado de evangelización.

9. «La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión» (n. 8): la fe, hoy en día, es muy difícil vivirla en solitario. De ahí la invitación del Sínodo a crear lazos con la parroquia, entre todos los cristianos entre sí.

10. «La nueva evangelización tiene un campo particularmente arduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, […] A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes» (n. 9).

11. «La nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar» (n. 10): ¿y qué campos resaltan los obispos para que se de esta alianza? Los colegios y universidades, los medios de comunicación («lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida»), la ciencia, el arte en sus muchas manifestaciones, la economía, las situaciones de enfermedad, la política, el diálogo con las otras religiones, la oración contemplativa en los conventos de clausura y la atención de los pobres (nn. 10 y 12).

12. «La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad» (n. 14).