Leía hace poco un artículo con consejos para todo aquel que quisiera adentrarse en twitter. El autor recomendaba que, antes de empezar a tuitear, uno decidiera qué perfil tendría su cuenta, qué tipo de mensajes iba a lanzar, en qué ámbito y con qué objetivo. Para mi, aún estando de acuerdo en parte con el autor, es muy difícil definir ésto. Si tuviera que elegir, tal vez diría que yo twitter lo quiero usar para relacionarme y para ser luz del mundo. No sé si suena muy presuntuoso pero es la realidad. ¿Y cómo hacer eso? Pues he llegado a la conclusión de que siendo yo mismo. Solo iEvangelizaré en la medida en que mi vivencia de Jesús se muestre en la red, aunque sea un poquito.

Esta semana, mi mujer y yo compartimos un rato precioso después de cenar. La tele que usamos otros días para «descansar» y evadirnos un rato, se mantuvo apagada. El cansancio que otros días nos vence, fue sustituido por la pasión de hablar de nuestros hijos y de cómo afrontar retos que se nos vienen encima. Y nos mantuvimos despiertos hablando de ellos. Porque es importante que el matrimonio se pare y hable de sus hijos. De uno en uno y sin mezclar. Es importante que papá y mamá hagamos un stop en nuestro viajar diario para pensar y reflexionar sobre lo que tenemos delante de nuestros ojos, sobre lo que Dios puede querer y sobre cómo responder a todo ésto. Tarea apasionante y tremendamente difícil y vertiginosa.

Una de las labores más «oscuras» de los padres es observar, mirar, contemplar. No se puede conocer a tus hijos si no les miras, si no les observas, si no haces un ejercicio de pensar que son obra de Dios, que te han sido regalados, prestados, que no pertenecen a ti sino a Él, que vienen con unos dones incorporados y con una llamada secreta en su corazón y que tu labor, como padre y madre, es sacar eso a la luz, canalizarlo, desarrollarlo… para que el niño o niña llegue ser feliz en plenitud. Es estar atentos a lo que juegan, a sus silencios, al brillo de sus ojos cuando desarrollan una actividad que les moviliza y emociona de manera profunda, a su sensibilidad ante ciertas personas, hechos o palabras. Yo puedo afirmar que, mirando mucho a mis hijos, descubro en ellos muy diferentes dones, sensibilidades ante realidades muy diferentes, capacidades diversas y distintas, emociones contrapuestas… Y entonces, uno empieza a pensar lo difícil que se va a hacer «el uno a uno». Que no todos tienen por qué apuntarse a música, que no todos necesitan el mismo tiempo de compañía, ni las mismas palabras, ni el mismo estilo de reprimenda, ni el mismo tiepo de refuerzo… Que no todos rezan igual, que no todos perciben a Dios de la misma manera, que no todos… uno a uno… uno a uno… observemos…

– Luego viene el paso y la tarea enorme de aceptar esas diferencias, de amarlas, de respetarlas e, incluso, de sostenerlas. Viene la enorme tarea, también, de enseñarles a ellos que ninguno de los tres es igual a otro. Que no sólo las edades son distintas sino que cada uno es distinto en su profundidad absoluta. No es fácil. Ellos tienden a medir la cocacola que le has puesto a cada uno, lo que le dejas hacer a cada uno, las actividades a las que cada uno se apunta, lo que le exiges a cada uno… Y lo intentan igualar. Es normal. ¡Y es tan difícil tener la sabiduría suficiente para hacerlo bien! Muchas veces lo hacemos mal. Supongo que asumir ésto va en el lote de ser padre; asumirlo sin fustigarnos a nosotros mismos pero intentando hacer un ejercicio de consciencia para mejorar. Amar las diferencias no es sencillo. La sociedad occidental del bienestar nos lleva por otros derroteros: tener todos lo mismo, aspirar a los mismos puestos, educarnos de la misma manera, puntuarnos y valorarnos sin piedad, arrinconando al diferente… ¡Ya es difícil aceptar, ya no digo amar, a veces las diferencias del cónyuge como para tener 3 bloques de diferencias más! Pero Jesús fue un gran maestro en esto. Si leemos el Evangelio atentamente nos daremos cuenta que Jesús siempre le dice a cada uno lo que necesita, siempre se adapta, siempre personaliza, siempre descubre lo profundo de quién se acerca a él. No hay otro camino.

– Y por último, ponerse en marcha. Intentar darle a cada uno lo que es bueno para sacar a la luz toda su valía. Potenciar aquello que intuimos que es de Dios y corregir aquello que les lleva por derroteros equivocados. Que si uno música, que si la otra el baile, que si éste necesita cuentos, que si éste necesita estudiar en silencio, que si éste necesita estar solo ahora, que si éste necesita un abrazo, que si éste muestra una sensibilidad especial por lo religioso, que si ésta tiene una capacidad especial para detectar las necesidades ajenas, que si éste se relaciona con gran facilidad, que si éste ahoga su tristeza y no expresa lo que siente, que si el otro necesita algo que canalice toda su energía, que si el otro necesite algo que le temple y le relaje, que si a éste le cuesta perdonar, que si a éste hay que enseñarle a compartir, que si éste es bueno en mates, que si el otro se fascina ante el arte… Y todo eso con sus horarios, sus esfuerzos económicos, sus tiempos, sus estreses del día a día, sus aciertos y sus errores, sus días mejores y peores…

Desde luego educar no es facil. Con Dios en medio se hace más fácil porque confias en que, donde uno no llegue como padre, complete el Señor. Vivir con esta seguridad, permite vivir las dificultades «bailando descalzos por el parque.» Un gusto…